sábado, 5 de mayo de 2012

Las Obras de mi Vida (II): Manfred


Segunda entrega sobre aquellas obras que no debéis perderos.

Nota: Perdonad el uso de la cursiva en toda la entrada. Hoy blogger ha decidido que no admite la letra normal y corriente, y me ha resultado imposible quitarla. También ha decidido que lo de justificar bien el texto no es creativo y que prefiere el desorden que veréis a continuación.


Durante muchos años, la incomprendida Manfred, de Pyotr Ilyich Tchaikovski, fue mi sinfonía preferida. Debo admitir que no me ganó por completo en un principio, a pesar de que el marco donde la escuché por primera vez no pudo ser más excepcional. El 31 de Mayo de 2003, el Festival Internacional de Música de Toledo (que por aquel entonces tocaba techo) clausuraba su novena edición con la Orquesta Sinfónica de la Radio Nacional Búlgara, agrupación con un descomunal número de músicos. El concierto se celebró en el patio de San Pedro Mártir, espléndida joya de la arquitectura renacentista y uno de mis lugares preferidos en mi ciudad natal. Como final de festival fue toda una apoteosis, más que nada porque a mitad de la segunda parte del concierto irrumpió una señora tormenta que obligó a orquesta y público a replegarse como buenamente se pudo.
Anécdotas aparte, lo cierto es que la tormenta pareció haberse conjurado durante los estallidos orquestales de la primera parte del concierto, la mentada sinfonía de Tchaikovski. Recuerdo que si bien no quedé especialmente seducido por la obra, sí que lo hicieron sus poderosas masas sonoras. Verlas provocadas por el movimiento desatado y simultáneo de tantísimos músicos, en ese precioso patio, con bandadas de pájaros muy inquietos sobrevolando contínuamente la escena y el cielo amenazante fue una vigorosa suma de estímulos.

 
El patio de San Pedro Mártir en Toledo, 
inmejorable marco para un concierto


Cuando de verdad quedé prendado de la sinfonía fue en posteriores escuchas, ya en grabación. Me llamaba mucho la atención que no estuviese numerada e integrada dentro del conjunto de las otras 6 sinfonías del compositor. De hecho, hay ediciones Complete Tchaikovsky Shymphonies que la dejan también excluída. La razón es que, a diferencia de las demás, ésta tiene un contenido programático: Manfred adapta el poema teatral del mismo título que Lord Byron escribió entre 1816 y 1817, que  constituyó desde entonces todo un estandarte del romanticismo, en este caso, en su vertiente más escatológica y sobrenatural. De ahí su carácter descriptivo (muy cercano al que podemos encontrar en las actuales bandas sonoras cinematográficas) y la inusual estructura de sus movimientos. Tras su estreno en 1885 no faltaron voces críticas que afirmaron que su narratividad la afectaba como sinfonía, mientras que como obra programática no llegaba a la altura de las de Liszt, Berlioz o los ballets del propio Tchaikovski, quedándose, por tanto, en tierra de nadie. Esto, sumado al recelo del compositor, hizo que Manfred cargara con un halo de malditismo (muy byroniano, por cierto) que la convirtió en obra poco interpretada, escondida. Quizás por esta condición la adopté como mi sinfonía, más que porque me pareciera (y me parezca) musicalmente soberbia. Hoy en día, reconozco el mayor mérito musical de otras grandísimas congéneres, pero sigo teniéndole a ésta un aprecio especial.



 Pyotr Ilyich Tchaikovski, responsable de esta maravilla



  1. Lento lugubre - Moderato con moto – Andante
        El primer movimiento es el más alabado de los cuatro, también el más canónico, en el cual Manfred vaga atormentado por las montañas, invoca espíritus, discute con ellos acerca de su desesperada existencia. Se abre directamente con el tema principal de la sinfonía, a cargo de la sección de viento, recogido después por las cuerdas. Una de las cosas que más admiro de esta obra es su robusto equilibrio entre ambas secciones. Tchaikovski no abusa de ninguna de las dos, transmite los motivos de unos a otras fluídamente, poniéndolos en boca de diferentes instrumentos cada vez. Así, todos adquieren similar protagonismo, enriquecendo la paleta de sonoridades. El tema presentado toma cuerpo poco a poco y se dirige con decisión hacia el primer gran crescendo de la obra. Éste es otro de los aspectos donde el compositor ruso desbordó de genio. Los numerosos clímax orquestales que se alcanzan en Manfred, apoyados en fortísimas percusiones, son de lo más espectacular y épico que puede escucharse, la mejor idea sonora que podemos hacernos del desatarse grandioso de   montañas, ríos...y tormentas. Pasada la primera cumbre sonora, a mitad del movimiento, aparece el segundo tema principal, correspondiente al recuerdo de Astarte, amada de Manfred, y por ende, lírico y delicado. Ambos temas harán apariciones repentinas entre los temas propios de los restantes movimientos de la sinfonía, de ahí que los desesctructuren notablemente, y de paso, les concedan especial encanto. El primer movimiento termina con una nueva aculación instrumental progresiva que conduce a la reaparición del tema de Manfred con todo su esplendor en un segundo gran clímax.

  1. Vivace con spirito
       Lo habitual en las sinfonías de 4 movimientos es reservar el segundo para un tiempo lento y el tercero para un animado sherzo, o viceversa. En este caso, Tchaikovski escoje la segunda opción, y para describir el encuentro de Manfred con un hada alpina pone a toda la orquesta en constante movimiento, sin parar de ejecutar escalas y rápidas figuraciones, juguetonas  pero nada inocentes. Como contraste, continúa después con una bellísima melodía reposada  de carácter popular, muy de ballet. Juega a tranformarla y enriquecerla instrumental y armónicamente, en compases de fabuloso lirismo, hasta que la hace chocar con el tema principal venido del primer movimiento. Después, retoma el scherzo hasta la conclusión del movimiento, que resulta todavía más atractivo que el primero en cuanto al efecto de sus   combinaciones instrumentales.

  1. Andante con moto
            Aquí se interrumpe el hilo argumental del sustrato literario y prefiere Tchaikovski centrar en una simple semblanza bucólica. Un movimiento pastoral. Para ello elige un tema que remite a las escenas pulmón de aquellos melodramas cinematográficos de los años 50 de gran longitud y presupuesto. Nuevamente demuestra una excepcional riqueza en la orquestación, y hace progresar las armonías con curiosos giros, imprevisibles y extrañamente magnéticos, muy parecidos a los que  podemos encontrar en una partitura cinematográfica contemporánea . Una vez más, el tema se va oscureciendo a la vez que crece en sonoridad, hasta que lo interrumpen las tribulaciones de Manfred, en esta ocasión acrecentadas por el tañido de campanas. Pero poco a poco vuelve la luz y el tema paisajístico tema del movimiento, que termina con cierta incertidumbre, anticipando lo que queda por venir.

  1. Allegro con fuoco
El grandioso finale de la sinfonía es la más denostada de sus partes, dada la rarísima distribución de tempos y motivos que presenta, y sin embargo, fue desde el principio el que me pareció el más conseguido y arriesgado de todos. Narra una orgía infernal donde Manfred se ve envuelto, tras la cual un nuevo recuerdo de Astarte propicia en el protagonista un último deseo de redención anterior a su muerte. Todo ello explica los fuertes contrastes rítmicos y melódicos presentes en el movimiento. La bacanal del comienzo es también orgiástica en lo musical. Absolutamente todos los instrumentos participan del festín interrumpiéndose unos a otros con ritmos violentamente acentuados. Especial relevancia tiene aquí la sección de percusión, reforzada por el triángulo y las panderetas. La música camina por armonías que nunca se resuelven, siempre están inseguras y en tensión. Además, Tchaikovski aprovecha para explotar los recursos técnicos de los instrumentos. La conjunción de todo es una alucinante explosión de timbres y colores. Si aquí no está el germen de La consagración de la primavera, que baje Dios y lo escuche.
Después de un receso lento y tenebroso, vuelve la orgía, esta vez en forma de fuga. Se ha criticado duramente esta parte por considerar que la fuga es una forma antidramática, y por tanto, no apta para la música descriptiva. Lo que esos críticos no quisieron ver es lo bien que está resuelta. Tchaikovski logró añadir al juego sonoro anterior un enrevesado juego armónico y figurativo que convierte el resultado del más difícil todavía en puro embeleso.
La segunda parte del movimiento recupera los dos temas del primero corregidos y aumentados, es decir, con nuevos trucos instrumentales, acentuando su dramatismo y también la emoción que producen. Primeramente escuchamos el de Astarte y después, por última vez, el de Manfred, cuyo crescendo desemboca esta vez en la sorpresa final: la irrupción del órgano. Un órgano poderosísimo que lo llena todo. Con las luminosas sonoridades de la redención se va calmando todo hasta la plácida muerte de Manfred. Es muy curioso que una larga obra con múltiples picos sonoros finalice de forma tan serena. 


La obra de Lord Byron dio pie en la época a toda clase de recreaciones artísticas. 
Aquí, en una pintura de John Martin


Puede que Manfred no sea, dentro de la obra orquestal de Tchaikovski, su obra magna. Para eso están su quinta y sexta sinfonías. Pero es sin duda la más particular y atractiva. Sus momentos geniales (y no son pocos) son parte de lo mejor que nos ha legado la música.