miércoles, 25 de abril de 2012

Capítulo XI

Una de las experiencias literarias recientes más gratificantes que he tenido fue enfrascarme el pasado verano en la lectura de las Cartas a un joven poeta, que Rainer Maria Rilke escribió al desconocido Franz Xaver Kappus entre 1903 y 1908. En ellas el fabuloso escritor vierte toda su sabiduría destilándola con un encanto poético natural que convierte la degustación de sus reflexiones en un exquisito placer estético a la vez que un canal sereno y apacible para el ejercicio introspectivo del lector. Las revisé hace unos meses y no dudaré en volver a hacerlo una o varias veces más, ya que tienen la capacidad de ofrecer comprensión y respuestas para un amplísimo espectro de temas que nos van preocupando a todos a lo largo de nuestras vidas. Debo indicar además que no pude elegir mejor momento para adentrarme en ellas, ya que Kappus era un veinteañero durante el tiempo que mantuvo la correspondencia, y como tal no tenía la menor idea de hacia dónde acabarían conduciéndole sus querencias artísticas, que intentaba compaginar con su formación en el ejército. Podría escribir miles de entradas acerca de todo lo contenido en estas cartas, pero acabaría por citarlas prácticamente de principio a fin, así que lo mejor que se puede hacer es leerlas. 


 Portada de la estupenda edición
biligüe de las cartas en Hiperión

No es a ellas a quienes va dedicada esta entrada sino a la recomendación por excelencia que le hizo a Kappus el propio Rilke. Se trata de la novela Niels Lyhne, del escritor danés Jens Peter Jacobsen. Poco debe extrañar que me entraran ganas de leerla cuando es presentada así por Rainer Maria:

“Ahora se va a abrir para usted Niels Lyhne, un libro de delicias y profundidades; cuando más se lee, más parece que en él se encuentra todo, desde el aroma más sutil de la vida hasta el pleno e intenso sabor de sus frutos más sólidos. No hay nada en él que no haya sido comprendido, captado, experimentado y reconocido en las trémulas resonancias del recuerdo; ninguna vivencia ha sido demasiado insignificante, y el suceso más pequeño se despliega como un destino, y el destino mismo es como un tejido amplio y maravilloso en el que cada hilo es guiado por una mano infinitamente tierna y colocado junto a otro, sostenido y conducido por otros cien. Usted va a experimentar la enorme dicha de leer este libro por primera vez, y avanzará a través de sus innumerables sorpresas como en un sueño nuevo. Pero yo le puedo asegurar que también más adelante se vuelve a pasar por estos libros con idéntico asombro y que no pierden nada de su prodigioso poder ni se desprenden de nada del aroma fabuloso con que envolvieron al lector la primera vez”

A pesar de que no comparto hacia la novela un entusiasmo tan encendido, entiendo que encandilara a Rilke su prosa barroca repleta de exaltaciones románticas. No son pocas las reflexiones y parlamentos en que sus personajes envuelven en prolijas descripciones hasta las más ínfimas percepciones de sus vidas. Y sin embargo, Niels Lyhne no es una novela romántica al uso: su extensión es bien poco decimonónica (menos de 300 páginas), su estructura no concede igual peso y extensión a todos los capítulos (cada uno de ellos refiere un episodio de la vida del protagonista, que se narra entera) y por ello los diferentes personajes que se cruzan con él son descritos desigualmente sin importar la dimensión de relevancia real que tuviesen para su persona. La obra se publicó en 1880. Podemos entender entonces que Jacobsen, antes que crear un corpus novelístico canónico de contornos bien definidos, estuviera más interesado en producir una sensación general a partir de pequeñas sensaciones nebulosas, difuminadas. En otras palabras, Niels Lyhne es un cuadro impresionista. 

Portada de la también estupenda
edición de 'Niels Lyhne' en Acantilado

Lo mejor de todo es que no por fragmentaria tiene la novela menos capacidad de atrapar, especialmente en aquellos momentos en que determinadas reflexiones dan con sus verdades en el centro de la diana y lo hacen encima con extrema belleza y refinamiento, multiplicando su poder de penetración. De todos ellos, el capítulo XI es sin duda el más significativo.

Dicho capítulo (no por casualidad el más largo del conjunto) condensa todo el desencanto sentimental de la obra a la vez que desarrolla su principal nudo dramático: el triángulo amoroso establecido entre Niels, joven aspirante a poeta; Erik, amigo de la infancia dedicado a la pintura; y Fennimore, objeto del amor de Niels y mujer de Erik. En este punto de la historia Erik y Fennimore llevan dos años casados. Niels, que no los ve desde hace tres, acude a la casa de ambos para ayudar a su amigo, que sufre una crisis creativa. Pocas veces he visto expresar tan acertadamente la sensación que nos envuelve a muchos jóvenes a punto de tener que ganarnos la vida solos o haciéndolo desde hace poco: la incertidumbre de no saber si hacemos lo que queremos, si podremos realmente hacerlo, el miedo a no despegar, al bloqueo, a escoger un camino que nos lleve a la desgracia y no a la realización. Sensación que en estos tiempos parece acentuarse cuando nos vemos obligados a desplazarnos a cualquier parte del mundo donde nos dejen trabajar, por encima o por debajo de nuestras cualificaciones, y ni siquiera así nos garantizamos un mínimo de estabilidad.  Si además cuentas con sensibilidad e interés por el hecho artístico, entonces ya estás del todo perdido. Las letras, hoy más que nunca, son colorín, pingajo y hambre. Es todo un bálsamo de consuelo descubrir que más de un siglo atrás existían preocupaciones semejantes, que por entonces alguien ya nos comprendía. Cito, al inicio del capítulo:

“(Niels) Sigue enfrascado en sus estudios, pero estos son más caóticos y la idea de acabarlos para dar un paso adelante tiene una vida insegura y errante. (…)De vez en cuando le sobreviene el deseo de crear, el ansia de ver liberada una parte de sí mismo en un trabajo suyo, (…) pero nunca logra moldearlo a su imagen y semejanza, no tiene la firmeza para mantener la concentración que eso requiere.(…) tarde o temprano alborea el día en que la resignación le llega a uno como una tentación que le tienta a decirle adiós a lo imposible y resignarse”
Todo esto no puede estar más a la orden del día. Vivimos en un mundo que sólo parece querernos para acabar unos estudios e integrarnos en su caldera, sin poder desconcentrarnos, sin margen de error, ni antes ni mucho menos después de finalizarlos. A la vez que exige esa concentración bombardea con toda clase de dispersiones, productos de la era de la sobreinformación, a las que sin embargo es necesario atender si se quiere adquirir el conocimiento social suficiente para poder seguir manteniendo una postura medianamente crítica y personal. Hacerlo todo a la vez puede resultar tan titánico que al final nos vemos sobrepasados y como a Niels, sólo nos queda la resignación para seguir adelante, pero al resignarnos hacemos las cosas desganadamente, mal y a medias con lo cual volvemos a empezar el bucle. Por supuesto, intentar crear algo que (como toda gran obra) tambalee todo ese mecanismo es casi imposible.

Lo más normal es que acabemos en barbecho como Erik, cuyo bloqueo se describe así:
“Abordó un par de ideas desafortunadas que no pudo llevar a la práctica y que, no obstante, se resistía a abandonar definitivamente. No lograba sacar nada en claro y sin embargo siguió dándoles vueltas, barrándole así el paso a otras ideas que pudieran ocuparle, y se desanimó y disgustó, abandonándose a una holgazanería cavilosa porque el trabajo le resultaba tan mortíferamente refractario”
Cuántas veces nos vemos incapaces de abordar tareas personales por el hecho de tener bailando en la mente tantas cosas que lo que te permitiría centrarte en una es impedido por otra y viceversa, redundando todo en un simple y tedioso perder el tiempo. Dice el propio Erik que en general, la vida no ofrece grandes emociones. La mayoría del tiempo simplemente existimos. Y eso es algo, tristemente cierto, que se podría arreglar si no nos viéramos obligados a ocupar tanto tiempo en buscarnos la vida para quedar tan exhaustos que no queramos encontrarla cuando por fin está en nuestra mano. Luego, como piensa Niels al respecto de Fennimore, viene la útil apatía. También llega Erik a afirmar que no hay nada más miserable que ser artista, pero eso sí que no tiene arreglo.

Jens Peter Jacobsen, autor de 'Niels Lyhne'

Ante esta perspectiva tan poco alentadora caben tres opciones: subirse al carro de los decrecentistas, hartos del entendimiento de la palabra progreso únicamente como más y más y más, dando igual si eso puede acabar anulándonos; resignarse y vivir en la útil apatía; o aprovecharse de los resquicios de experiencia y tiempo en que no sólo simplemente existimos, ponérselos por bandera, negar que no sirvan para avanzar. Ninguna de las tres posiciones (combativa, conformista y hedonista) nos garantiza la plenitud vital. Nadie dijo que fuera a ser fácil. Si yo me inclino por la tercera opción es porque creo firmemente que es la única que valora desde dentro que el ser humano, que tiene una espantosa facilidad para obligarse a sí mismo a funcionar mediante un montón de cosas que no desea, tiene también la capacidad de actuar para su propio regocijo, un regocijo real, palpable, que podemos vivir en esta vida y no tiene por qué estar reservado para otra.

Han existido y existirán muchas ficciones que sacan a la luz deseos humanos que por encontrarse impedidos se han acabado realizando de forma desgraciada. Hay quienes las consumen sin que dejen huella alguna en su realidad. Otros tratan de integrar sus elementos para hacer de ellas una realidad posible. Se les acusa de no tener los pies en la tierra, de vivir fuera del mundo. Probablemente eso es verdad. ¿Y qué? ¿No es legítimo utilizar obra humana en beneficio humano?
Mientras existan Cartas a un joven poeta o Niels Lyhne (por aciago que sea el destino que reserva a sus personajes), no cabe duda: sufriremos, pero saldremos de ésta, para algo estamos realmente vivos.